Por Darío Fiori
Quien crea que al fútbol sólo se juega con los pies se equivoca. La cabeza es la clave, la cabeza y sus estados de ánimo. Eso es el fútbol en su esencia, un estado de ánimo. En el que el jugador puede sentirse Superman o el peor del mundo. Luego el cuerpo lo dirá, pero la fuerza de la mente supera a un cuerpo de roble. Y ese estado de ánimo es contagioso. Hacia arriba o hacia abajo. Hay días en los que todos los violines suenan bien y otros en los que no sale ni uno. Y entre un día y otro aparece un escalón inalcanzable. Inalcanzable e inexplicable. Es la cabeza. La de uno y la de todos.
Claro que hay algunos que son más tozudos y no dan su brazo a torcer aunque erren un pase a tres metros y busquen la revancha en el siguiente balón, y hay otros que se encasquillan y se ocultan. Eso tiene que ver con su temperamento para atravesar tormentas. Durante algunos años, Jorge Valdano hizo universal esta definición del fútbol. Una frase que calza como «anillo al dedo» para describir lo que viene sucediendo en las últimas semanas en la Avenida López y Planes, y que podría definir el futuro de lo que resta de la temporada, cuando transcurrimos el 62%.
Más allá de los escándalos extradeportivos, hechos en los que no voy a profundizar, pero que desde ya advierto que son algo que me produce vergüenza y pudor, la temporada de Unión no invitaba al optimismo. No fue sólo el comienzo del equipo, muy dubitativo, sino también el estado anímico en el que estaban inmersos jugadores e hinchas. El desenlace del campeonato en octubre de 2022, cuando el equipo perdió 1-4 ante este mismo rival, y el agitado comienzo de la planificación urgente que encabeza Gustavo Munúa.
Lo he dicho en más de una ocasión. No esperaba muchos resultados positivos este año. Y si algo llegó, bienvenido sea. Por poco que fuera. Clasificar a la Copa Sudamericana sería un buen consuelo o pelear por la Copa Argentina, que tantos dolores de cabeza les ha dado desde su reedición en agosto de 2010-2011.
Para nada una mentalidad ganadora. Pero seamos sinceros. El equipo mostró muchas falencias en su composición. Y, además, la actitud y motivación de algunos jugadores, algo que siempre se refleja en el juego y en los resultados, lo hizo más evidente. Este equipo de Sebastián Méndez de altibajos y sin mostrar una versión superlativa ni siquiera por momentos, se encuentra en ese término medio. Lo que hacía falta para salir de él era encontrar un punto de inflexión. Esos momoentos bisagra que pueden cambiar la marea.
Ni que decir tiene que será con un buen resultado, por supuesto, pero también con las formas de conseguirlo, con la justificación del mismo. No es nada bueno para Unión convivir con esa doble personalidad impregnada de fuego, ejemplificada en lo numérico. Porque Unión no es un equipo que un domingo deslumbra con su buen juego y al siguiente es carcomido por la anemia futbolística. Siempre ha mantenido una línea de juego discreta e incluso cuando ha conseguido alzarse con la victoria, lo ha hecho sin sobrarle demasiado.
A cualquiera que se le preguntara, la opinión era unánime. Unión debía empezar a convivir con los fantasmas y obtener una victoria como visitante. El equipo, que ahora conduce el Gallego no siempre va a merecer ganar de visitante. Por eso, lo que tenía que aparecer cuanto antes son esas señales de consolidación, que permitan fluidez en el juego e inteligencia para manejar determinadas situaciones del partido. Todo ello es lo que, en definitiva, generaría confianza desde dentro hacia afuera.
Un viejo axioma futbolístico dice que todo equipo que se precie debe tener una columna vertebral: «el 1, el 2, el 5 y el 9», dicen los que saben. Pero resulta que llega Unión y pone en jaque el último término de la ecuación. No cuenta con uno, sino con dos «9» y ninguno de ellos es capaz de marcar. Están lejos de eso. El rendimiento de Marabel es muy pobre al igual que el de Vecino, que y es por eso que Unión, aún en contextos favorables, no logra marcar por la impericia de sus centrodelanteros. Hoy la fórmula no cambia si juega el uruguayo o Marabel. Parece ser lo mismo. Como si fuera tirar una moneda al aire. De hecho, hoy el gol lo marcó un volante mixto.
La semana previa al partido no fue buena. Esperemos que con esta victoria logre tener esa paz adentro y afuera de la cancha. Porque todos los días experimenta situaciones insólitas, como por ejemplo la suspensión de un partido contra Lanús por el desprendimiento de una canaleta. Luego las amenazas y actos de violencia hacia dirigentes, detenciones, heridos a policías y agresiones a medios de comunicación.
En este contexto, la directiva de Unión, encabezada por Luis Spahn, ofreció disculpas a socios, hinchas y simpatizantes por los errores cometidos que han llevado al equipo a esta situación deportiva. La situación generó una sensación de inseguridad en el club, tanto que se ha mencionado que el equipo entrena con custodia policial, aunque los dirigentes han contradicho esta afirmación, alegando que solo hay un patrullero presente durante ciertos horarios.
En medio de todo este caos, muchos se preguntan si la explicación de la situación de Unión es puramente técnica o si también existe un componente político que influye en la situación del club. Las dificultades tanto dentro como fuera de la cancha llevaron a un clima de incertidumbre y desconfianza, donde resulta difícil determinar a quién creer.
A pesar de todo esto, es importante recordar que no hay mal que dure cien años. El fútbol argentino demostró ser dinámico y siempre hay cambios significativos en la situación de Unión en el futuro. Sin embargo, para superar estos desafíos, el club deberá abordar tanto los problemas deportivos como los institucionales, fortalecer su gestión y buscar soluciones efectivas para garantizar un futuro más próspero y estable.
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Fuente: SOY Deportes
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