Por Darío Fiori
La real academia española define «milagro» como un suceso que no se puede explicar mediante las leyes de la ciencia o la naturaleza, y se atribuye a la intervención exclusiva de algo sobrenatural, o de origen divino. La realidad queda a merced de aquello que cada uno decida interpretar.
En el último episodio de la saga futbolística, observadores tanto allegados como ajenos se quedan perplejos, ya sea para bien o para mal. La ocasión estuvo marcada por una amalgama de elementos: el milagro que se hizo presente, posiblemente una fuerza divina que se sumó al empeño de los jugadores, encargados de resolver el encuentro en el terreno de juego. Sin embargo, también hubo un componente intrínseco, algo que no requiere ser explicado desde lo sobrenatural: la convicción y la mentalidad de que podían lograrlo, porque era factible.
Desde diciembre, se hace imperativo reintroducir la autocrítica y la humildad. Unión debe aspirar a objetivos mucho más trascendentales que este episodio. Es esencial que la dirigencia no confunda el análisis, ya que el 2024 se presenta con desafíos considerables, con el club ocupando los últimos lugares en la tabla de promedios del descenso. La batalla será más intensa. La comisión directiva ha jugado con fuego durante años, y enorgullecerse de evitar quemarse nuevamente es un acto de insensatez. Los jóvenes los rescataron de las llamas; Zenón, jugando semanas con un dedo casi fracturado, fue su héroe. Humildad y autocrítica son esenciales. Que este episodio sea un bálsamo de alegría para aquellos que atraviesan dificultades, decepciones y desesperanza en el futuro. Siempre existe la posibilidad de un giro inesperado para bien cuando se combina con una chispa de ilusión ligada a la convicción personal.
Y, una vez más, la historia se repitió. Tal y como ocurrió en 2003. Otra vez, el sentido de pertenencia irrumpió en la historia de Unión. Ese sentimiento de apego a la institución en todas sus décadas marcó momentos que quedarán grabados para siempre en sus hinchas. Evidentemente, este recuerdo no es la excepción a la regla. Un 25 de noviembre de 2023, Kevin Zenón se convirtió en el Memo Torres al clavar ese zurdazo de tiro libre en el ángulo superior derecho de Rojas, que apenas alcanzó a tocarla y no pudo cambiar el destino de media ciudad. La memoria del gol del Granjero y Memo caló hondo en la hinchada, que se unió en un grito ahogado que comenzó a despertarlos de una verdadera pesadilla. Hace veinte años, tras el descenso de Primera División y la salida de Ángel Malvicino del club, 13 jugadores se despidieron en el inicio de la temporada 03/04 de la B Nacional, para intentar devolverle a Unión el lugar que siempre mereció: la máxima categoría. Aunque no todo salió como se esperaba.
Excepto el final, hubo muchas similitudes con el Unión del 2003 y este que llevaron al Tate a pelear el descenso hasta la última fecha, y una de ellas fueron las malas incorporaciones en el intento del Tate por volver a Primera (por ejemplo, Walter Coyette, Leonardo Squadrone, Julio Marchant, entre los 14 refuerzos), sumado a la salida de Juan José López (que también se fue a la B con River, en 2011) y el cambio de entrenador en cuatro oportunidades, los dejó al borde del abismo. José María Bianco, Alcides Merlo y Oscar «Cachín» Blanco habían pasado sin éxito por el banco tatengue en la operación retorno. Ante una situación crítica, el club apostó por sus semillas: la juventud. Así, Miguel Oyeras, Marcelo Yorno y Marcelo López asumieron interinamente en un momento muy complicado, que les exigía alejar al Club Atlético Unión del infierno de un nuevo descenso a falta de sólo ocho jornadas para el final. En este contexto desfavorable, el equipo de La Avenida llegaría al partido definitorio del Torneo Clausura 2004: ante El Porvenir en cancha de Lanús, con una estadística dispar de cinco partidos sin poder ganar como visitante, desde la 7ª fecha de ese certamen: derrota 2-0 ante Huracán en el Estadio Tomás Adolfo Ducó.
Antes del partido, el coeficiente era de 1,189, alto comparado con otros descensos en distintas temporadas, pero no dependía de sí mismo: si Los Andes ganaba ante Belgrano en Córdoba, ni siquiera una victoria lo salvaba del descenso a la B Metropolitana. Cabe destacar del equipo tatengue que, si bien jugó en las categorías inferiores tras desafiliarse de AFA entre 1971 y 1972, nunca lo hizo en la tercera categoría.
El segundo parecido es que en uno de los momentos más críticos de la historia del club, tras el descenso aparecieron jugadores que no eran de la confianza de los dirigentes. Unión fue salvado por sus propios hinchas, algunos de ellos como jugadores y provenientes de las divisiones inferiores y de la Liga Santafesina al comienzo de la temporada. Nereo Fernández; Vera, Mosset, Desvaux; Urresti, Sartor, Basualdo y Zapata; García, Pereyra y Weisheim fueron los 11 elegidos por Miguel Oyeras para afrontar una de las peores crisis institucionales y deportivas que le tocó atravesar a la entidad de la avenida López y Planes.
Precisamente Peirotti, Alves y «Memo» Torres, fueron las cartas que mandaron desde el banco para el gol que les permitió jugar la promoción ante el perdedor de la final por el acceso al ascenso desde la B Metro, que luego sería Tristán Suárez, debido a la buena noticia que llegaba desde Córdoba: Belgrano aplastó 4-0 a Los Andes en el partido simultáneo. A los dos minutos de su reemplazo por Weisheim, Torres, el pibe de Santo Tomé que caminaba el Puente Carretero porque no tenía plata para el colectivo, le dio a Unión la «vida extra» que necesitaba a los 29 minutos del segundo tiempo. Preparó la jugada previa al gol y metió en el rebote el «derechazo» que empujaron tanto los hinchas que viajaron a Lanús, como los miles que tenían el alma en vilo en la capital provincial. Después, el partido ante Tristán Suárez, con un empate en Ezeiza y una victoria en Santa Fe, para permanecer en la segunda categoría, y comenzar la eterna espera que terminó un 18 de junio del 2011.
El partido
En esos 45 minutos, el equipo de Kily compitió con honestidad. Aunque había zonas grises, en general hubo entrega, generosidad, solidaridad, actitudes leales hacia los compañeros, los rivales y el espectáculo. Y está bien que haya sido así, porque no siempre ha sido así. No había violencia, pretextos, excusas, falsas acusaciones, victimismo, agazapamiento, mentiras, confabulaciones y malas artes. Hasta Tigre, del que se decía que era capaz de ir hacia atrás para que Tate se salvara, fue «generoso» con el espectáculo, siempre hacia delante, atacando bien o mal, sin especular. Literal, no engañaba a nadie. Pero, o porque sí, también es cierto que -más allá de resultados que podrían haber sido otros sin escándalo flagrante: ganarle a Tigre y perder con Belgrano- no jugó satisfactoriamente. Sin embargo, jugó como se esperaba que jugara: como compitió, con honestidad. Sin sobresaltos, pero con coherencia. Y González se dio cuenta demasiado tarde y tuvo que llegar a esta instancia para cambiar el rumbo, algo que ya parecía irreversible. Y sin embargo, terminó saliendo bien, aunque no jugó satisfactoriamente, lo cual es, sí, materia de debate.
Porque, más allá de algunas malas actuaciones como las de Nicolás Orsini, Gonzalo Morales y Jerónimo Dómina, en general no hubo deserciones graves. Ellos dieron lo que suelen dar, y ninguno sintió que no había «cumplido». Si habían «hecho los deberes», ¿Qué otra cosa sino la suerte fue la responsable de la falta de resultados? La posesión y el trabajo del entrenador tienen como objetivo controlar el mayor número posible de variables para reducir el margen de azar durante el partido. Por eso el orden táctico, la rigidez de los roles, su preeminencia sobre la individualidad de los ejecutantes: Durante todo el año, Unión era un equipo vacío que había que llenar con los intérpretes adecuados y poner en acción con una serie de movimientos que se automatizan mediante la práctica constante. El resultado era que daba la impresión de ser una máquina: para lo bueno y para lo malo. Una suerte de hermoso cortacésped que se utiliza indiscriminadamente no sólo en el parque, sino también en el salón de casa y en la acera embaldosada. No se trata, como debería ser, idealmente, de un grupo de jugadores que se emparejan según sus características y determinan, con sus propios talentos aprovechados por el entrenador, la forma de jugar que permite sacar el máximo partido de cada uno de ellos. No hay una prioridad lógica de esquema.
Durante buena parte del partido, pudimos ver un Unión maniatado, con jugadores jóvenes cuyas exigencias y responsabilidades les superaban. Se podía ver a un Unión que ya no podía sostener ese buen nivel de intensidad que lo había puesto en lo más alto de la tabla en la cuarta fecha de la Copa de la Liga, y que coincidía con el nivel de Gonzalo Morales. Al principio, hubo mucho correr y poco juego. Unión intentó tomar la iniciativa, buscando atacar por la banda izquierda con la permanente subida de Corvalán (la figura del partido). Pero a medida que pasaban los minutos, se hizo muy entrecortado. El conjunto del Kily González quiso tomar la iniciativa, pero todo se hizo muy lento, muy trabado, muy falto de conexión. Me daba la impresión de que a Unión le faltaba juego en el mediocampo. Eran todo pelotazos, no había juego. Intentaron organizarse, jugando para atrás, pero no encontraban conexiones. Tigre seguía a lo suyo, esperándolos, agazapado para contraatacar. El Tate tenía la pelota, ganaba confianza, pero no sabía cómo cambiar el ritmo.
Pasaban los minutos y la tensión aumentaba, al igual que el dólar blue. Era impotencia pura. No lograba edificar una jugada clara de riesgo, más allá de un leve remate de Morales a las manos del arquero del Matador. Era un manojo de nervios. Después de media hora de juego, el dueño de casa le encontró la vuelta al partido y comenzó a presionar contra el arco de Rojas. Domina recibió en el área tras un pelotazo de Vera, la bajó con el pecho y remató al arco, pero Rojas salvó con los pies. En el rebote, Tigre despejó la pelota al córner.
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Sin ideas, Unión se fue al ataque con el apoyo de su gente. Fue así que a los 37′ explotó el 15 de Abril. Espectacular tiro libre de Zenón al ángulo superior izquierdo, nada que hacer para Rojas. Y casi simultáneamente, llegó el gol de Vélez. Luego de un rápido contraataque, Valentín Gómez estableció el 2 a 0 para los de Liniers. Con ese resultado, Colón perdía la categoría.
Segundo tiempo
En el inicio del segundo tiempo, se evidenció la mala fortuna que afecta a los delanteros de Unión a la hora de marcar. Una vez más, el equipo tuvo superioridad numérica por el costado izquierdo: el centro de Luna Diale, el control de pecho de Domina, el disparo, y de nuevo, las manos de Rojas. Si Unión se arriesgaba y mostraba precisión en la conclusión de las jugadas, estaba más próximo al 2-0 que Tigre al empate. El equipo de Lucas Pusineri quedó notoriamente vulnerable en la defensa.
Hubo varios fallos cometidos por Unión en esta segunda mitad. 1) no logró finalizar las jugadas en los metros finales, y le otorgó espacio a Tigre, que se replegó en exceso. Pusineri metió mano en el equipo. Renovó energías y oxigenó la mitad de la cancha con la salida de Molinas y la entrada de Pucho Castro, situado por la banda izquierda. Casi como si fuese una batalla táctica, el Kily entendió la necesidad de refrescar el sector central, considerando la condición de Pardo con una tarjeta amarilla. Hizo todo lo posible por ayudar y envió a Tanda para comprender el juego. Al rato mandó a Juárez y a Banega. El ex jugador de Arsenal se posicionó como volante central, mientras que Pajarito lo hizo por izquierda con el objetivo de aprovechar los espacios que dejaba Tigre pero nunca tuvo la chance de inquietar en ofensiva. Y sobre el final, Del Blanco por un extenuado Zenón. De esa manera, Unión se paró los últimos minutos con un 4-4-2. Se produjo el adelantamiento de Corvalán y Del Blanco se paró como lateral izquierdo.
Los últimos minutos fueron no aptos para cardíacos. Tigre se adueñó de la posesión y del terreno, pero no lastimaba. El partido se podía jugar cuatro días más que el Matador no le iba a hacer un gol. Unión debía mantener la serenidad, ya que la situación estaba paralizando al equipo debido a la gran cantidad de jóvenes que enfrentaban la situación con soberbia externa a lo futbolístico. Debía conservar la calma que les permitió llegar hasta este punto, especialmente para los afiliados a la entidad madre del fútbol argentino. Hasta que Moyano le pegó de punta para arriba y Falcón Pérez, de aceptable arbitraje le bajó el telón al año futbolístico de Unión con la frutilla del postre que es ratificar un año mas la permanencia en Primera.
Hoy, los hinchas deben permitirse llorar, pero esta vez de alegría. Probablemente con el paso de los días y las semanas, tendrán motivos suficientes para descargar toda esa rabia. La victoria de Unión, marcada por la brillante actuación de los jóvenes jugadores del club, debería ser un punto de inflexión para los dirigentes. A partir del día lunes, con este triunfo consumado, es imperativo que se tomen decisiones más acertadas en la gestión del equipo.
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A lo largo de este año, Unión jugó a la ruleta rusa, apostando por jugadores desconocidos y tomando riesgos que han mantenido al club en una posición precaria. Con la próxima temporada en el horizonte y considerando la situación de Colón en el desempate, Unión no puede permitirse el lujo de repetir la misma estrategia. Iniciarán la próxima temporada a cinco puntos del descenso en la tabla de promedios, lo que destaca la urgencia de traer jerarquía al equipo.
El año 2024 debe ser el punto de inflexión para Unión. Es el momento de aprender de las lecciones del pasado y adoptar un enfoque más estratégico y sostenible. La jerarquía es crucial, no solo en términos de jugadores, sino también en la toma de decisiones administrativas. Es fundamental construir un equipo competitivo y sólido, capaz de afrontar los desafíos de manera consistente.
El fútbol no siempre sigue una línea recta y hay lecciones valiosas que se pueden extraer de la situación de su clásico rival. Es necesario aprender de los errores y buscar soluciones a largo plazo. La victoria de hoy no debe ser una ilusión pasajera, sino un catalizador para un cambio genuino y duradero en la dirección del club. El desafío está claro: Unión debe dejar atrás la ruleta rusa y abrazar una estrategia más pensada y estructurada. La pasión y el entusiasmo de la afición merecen un equipo que pueda competir al más alto nivel. Esperamos que los dirigentes estén a la altura de este desafío y trabajen incansablemente para llevar a Unión a una nueva era de éxito y estabilidad.
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Fuente: SOY Deportes
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